domingo, 19 de mayo de 2013

La Envidia y el Síndrome de Solomon

Muy buenas,
COJONUDO artículo que hace un poco de crítica constructiva que debería ayudarnos a salir del hoyo:
http://elpais.com/elpais/2013/05/17/eps/1368793042_628150.html
La envidia y el síndrome de Solomon:

-Formamos parte de una sociedad que tiende a condenar el talento y el éxito ajenos.
-La envidia paraliza el progreso por el miedo que genera no encajar con la opinión de la mayoría.
-Uno de los mayores temores del ser humano es diferenciarse del resto y no ser aceptado.

Uno de los mayores miedos del ser humano es destacar, sobresalir y diferenciarse del resto. Sobre todo por los juicios y críticas que puedan recibir por parte de los demás movidos por la envidia, un virus que paraliza el progreso.

Borja Vilaseca 19 MAY 2013 - 00:01 CET


En 1951, el reconocido psicólogo estadounidense Solomon Asch fue a un instituto para realizar una prueba de visión. Al menos eso es lo que les dijo a los 123 jóvenes voluntarios que participaron –sin saberlo– en un experimento sobre la conducta humana en un entorno social. El experimento era muy simple. En una clase de un colegio se juntó a un grupo de siete alumnos, los cuales estaban compinchados con Asch. Mientras, un octavo estudiante entraba en la sala creyendo que el resto de chavales participaban en la misma prueba de visión que él.

Haciéndose pasar por oculista, Asch les mostraba tres líneas verticales de diferentes longitudes, dibujadas junto a una cuarta línea. De izquierda a derecha, la primera y la cuarta medían exactamente lo mismo. Entonces Asch les pedía que dijesen en voz alta cuál de entre las tres líneas verticales era igual a la otra dibujada justo al lado. Y lo organizaba de tal manera que el alumno que hacía de cobaya del experimento siempre respondiera en último lugar, habiendo escuchado la opinión del resto de compañeros.

La respuesta era tan obvia y sencilla que apenas había lugar para el error. Sin embargo, los siete estudiantes compinchados con Asch respondían uno a uno la misma respuesta incorrecta. Para disimular un poco, se ponían de acuerdo para que uno o dos dieran otra contestación, también errónea. Este ejercicio se repitió 18 veces por cada uno de los 123 voluntarios que participaron en el experimento. A todos ellos se les hizo comparar las mismas cuatro líneas verticales, puestas en distinto orden.

Cabe señalar que solo un 25% de los participantes mantuvo su criterio todas las veces que les pre­­guntaron; el resto se dejó influir y arrastrar al menos en una ocasión por la visión de los demás. Tanto es así, que los alumnos cobayas respondieron incorrectamente más de un tercio de las veces para no ir en contra de la mayoría. Una vez finalizado el experimento, los 123 alumnos voluntarios reconocieron que “distinguían perfectamente qué línea era la correcta, pero que no lo habían dicho en voz alta por miedo a equivocarse, al ridículo o a ser el elemento discordante del grupo”.

A día de hoy, este estudio sigue fascinando a las nuevas generaciones de investigadores de la conducta humana. La conclusión es unánime: estamos mucho más condicionados de lo que creemos. Para muchos, la presión de la sociedad sigue siendo un obstáculo insalvable. El propio Asch se sorprendió al ver lo mucho que se equivocaba al afirmar que los seres humanos somos libres para decidir nuestro propio camino en la vida.

Más allá de este famoso experimento, en la jerga del desarrollo personal se dice que padecemos el síndrome de Solomon cuando tomamos decisiones o adoptamos comportamientos para evitar sobresalir, destacar o brillar en un grupo social determinado. Y también cuando nos boicoteamos para no salir del camino trillado por el que transita la mayoría. De forma inconsciente, muchos tememos llamar la atención en exceso –e incluso triunfar– por miedo a que nuestras virtudes y nuestros logros ofendan a los demás. Esta es la razón por la que en general sentimos un pánico atroz a hablar en público. No en vano, por unos instantes nos convertimos en el centro de atención. Y al exponernos abiertamente, quedamos a merced de lo que la gente pueda pensar de nosotros, dejándonos en una posición de vulnerabilidad.

El síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro de nuestra condición humana. Por una parte, revela nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore. Y por otra, constata una verdad incómoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. Aunque nadie hable de ello, en un plano más profundo está mal visto que nos vayan bien las cosas. Y más ahora, en plena crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de ciudadanos.

Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no solo nos enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia. La Real Academia Española define esta emoción como “deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”. La envidia surge cuando nos comparamos con otra persona y concluimos que tiene algo que nosotros anhelamos. Es decir, que nos lleva a poner el foco en nuestras carencias, las cuales se acentúan en la medida en que pensamos en ellas. Así es como se crea el complejo de inferioridad; de pronto sentimos que somos menos porque otros tienen más.

Bajo el embrujo de la envidia somos incapaces de alegrarnos de las alegrías ajenas. De forma casi inevitable, estas actúan como un espejo donde solemos ver reflejadas nuestras propias frustraciones. Sin embargo, reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan doloroso, que necesitamos canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la persona que ha conseguido eso que envidiamos. Solo hace falta un poco de imaginación para encontrar motivos para criticar a alguien.

El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros. Si lo pensamos detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas –movidas por la desazón que les genera su complejo de inferioridad– puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas.

¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo se trasciende? Muy simple: dejando de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños. Si bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. En vez de luchar contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro. Y en el momento en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que cada uno aporte –de forma individual– lo mejor de sí mismo a la sociedad.
La luz de Nelson Mandela:
ILUSTRACIÓN DE JOSÉ LUIS ÁGREDA

Después de 27 años en la cárcel y ser elegido en 1994 presidente electo de Sudáfrica, Nelson Mandela compartió con el mundo entero uno de sus poemas favoritos, escrito por Marianne Williamson: “Nuestro temor más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro temor más profundo es que somos excesivamente poderosos. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, la que nos atemoriza. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, magnífico, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres para no serlo? Infravalorándote no ayudas al mundo. No hay nada de instructivo en encogerse para que otras personas no se sientan inseguras cerca de ti. Esta grandeza de espíritu no se encuentra solo en algunos de nosotros; está en todos. Y al permitir que brille nuestra propia luz, de forma tácita estamos dando a los demás permiso para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, automáticamente nuestra presencia libera a otros”.
Nota: Tengo que preparar un extenso artículo sobre el tema ya que empiezo a soltar pinceladas dispersas de vez en cuando y llevo tiempo queriendo ponerme a éllo:
http://viviendoapesardelacrisis.blogspot.com.es/2013/05/el-ultimo-viaje-del-oso-ondo.html
http://viviendoapesardelacrisis.blogspot.com.es/2013/05/historia-de-nuestros-nobles-samurais.html

Actualización a 10/06/2013: Artículo similar de este mismo finde (dedicado a Dani):
http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/carmen-posadas/20130609/mejor-listo-inteligente-5567.html
Mejor ser Listo que Inteligente por Carmen Posadas:

¿Conocen el caso de Nicolás Tesla? Su increíble vida bien merece una novela o una peli de Hollywood tachonada de estrellas. Nació en 1856 en Croacia, entonces parte del Imperio austrohúngaro, y murió solo y olvidado en un hotel de Nueva York. Y, sin embargo, fue uno de los hombres más brillantes que se recuerdan, hasta el punto de que Charles Batchelor, en la carta que le envió a Thomas Alva Edison para recomendar a un entonces jovencísimo Tesla, decía: «Conozco solo a dos genios en este mundo. Uno es usted; el otro, el portador de estas líneas».

Tesla está considerado el inventor y/o el precursor de la corriente alterna, de la bombilla incandescente, del radar, del avión de despegue vertical, del microscopio electrónico, de los rayos X, del submarino eléctrico e incluso de la radio, invento que Marconi se atribuyó hasta que Tesla en los años cuarenta pleiteó y ganó en los tribunales. Si en el campo intelectual Tesla era un superdotado, en la vida normal era un desastre. Los genios son como los héroes en medio de una batalla. Si van un poquito por delante de la primera fila, se convierten en abanderados, pero si la distancia entre ellos y el pelotón es demasiado grande, los llaman el loco de la bandera. Eso mismo le pasó a Tesla: sus ideas eran tan avanzadas que lo tomaron por un científico chalado. Pero es que, además, lo que tenía de lince en su parte creativa lo tenía de miope en lo crematístico. Lo engañaban siempre. Edison (que era lince para una cosa y otra) le hizo, por ejemplo, la siguiente jugarreta. Después de que Tesla sugiriera al genio de Ohio que la corriente continua que él usaba para sus generadores era ineficiente, le encargó rediseñarlos a cambio de cincuenta mil dólares de la época, más de millón y medio al cambio de hoy. Tesla cumplió su parte del trato, pero, cuando reclamó lo suyo, Edison le dio una cariñosa y paternal palmadita en la espalda diciendo: «Ay, Tesla, usted no entiende aún el sentido del humor americano».

Desilusionado, nuestro hombre renunció a su empleo y se dedicó a cavar zanjas durante un tiempo. Edison no fue el único en engañar a Tesla. Su vida se convirtió en un continuo sube y baja, hasta que acabó sus días solo y arruinado en una habitación de hotel. Tenía 86 años. Los avatares de Tesla me recuerdan una frase que oí decir con frecuencia a mi hija Sofía antes de que nacieran sus hijos: «Ojalá me salgan listos, no inteligentes», eso decía. Su deseo se ha cumplido y tanto Jaime como Luis son niños muy espabilados, como promete también serlo mi nieta más pequeña, Carmencita, la hija de Jimena, por fortuna. Desconozco cuáles son las cifras, pero se sabe que los niños superdotados no solo tienen serios problemas en la etapa escolar, sino que muchos de ellos se convierten en adultos mediocres. ¿Por qué ocurre esto y cómo se explica que personas brillantes desde el punto de vista intelectual sean luego completamente torpes en otras facetas de su vida? Se habla mucho de distintos tipos de inteligencia y todos conocemos la importancia de la llamada inteligencia emocional, es decir, la que tiene que ver con la empatía, con el modo de relacionarse con los demás. Sin embargo, existen otros fenómenos que tener en cuenta. Uno es que la naturaleza tiende a compensar y, si se tiene muy desarrollado un rasgo, ya sea físico o intelectual, los otros parece que se desarrollan menos. Después está el llamado síndrome de Solomon. En 1951 el doctor Solomon Asch demostró, a través de diversas pruebas con adolescentes, que a estos no les gusta destacar si eso los hace distintos al resto. Según Solomon, esto ocurre por dos razones. Primero, porque los niños que se sienten diferentes suelen tener la autoestima baja y, segundo, porque la sociedad no valora a los que se salen de la norma. No valora, obviamente, a aquellos que están por debajo de lo normal, pero desconfía también de los que destacan por arriba. No tengo, por tanto, más remedio que darle la razón a mi hija. Mejor tener hijos (y nietos) listos pero normalitos. A pesar de las fascinantes historias de genios y seres extraordinarios que se cuentan por ahí, se tienen muchas más posibilidades de ser felices de este modo.
Actualización a 18/11/2013: Ok, sobre la sensación de que las piezas encajan:
http://viviendoapesardelacrisis.blogspot.com.es/2013/11/pensamiento-divergente-o-lateral.html

Actualización a 04/01/2015: Otro artículo interesante (La Mediocridad en Aforismos):
http://viviendoapesardelacrisis.blogspot.com.es/2015/01/la-mediocridad-en-aforismos.html

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